Cierto día en cierto espacio temporal ficticio popularmente conocido como Springfield, un grupo de empresarios teutones decidieron comprar la totalidad de las acciones de la Planta de Energía Nuclear de esa ciudad. Pero al ver que las instalaciones de la misma se encontraban sumamente deterioradas producto de la ineficacia del Inspector de Seguridad, tomaron la inevitable decisión de vender lo que habían adquirido hacía muy poco tiempo. El anterior dueño de la planta, un anciano multimillonario llamado Charles Montgomery Burns les ofreció una muy módica suma por la totalidad de las mismas acciones que él mismo les había vendido. La cifra no alcanzaba la mitad de lo que los empresarios europeos habían pagado inicialmente. Ya entre la espada y la pared, los hombres de negocios propietarios de la planta decidieron que, aunque el dinero era poco, debían deshacerse de ese sitio, pero sin antes pronunciar una advertencia: "Los alemanes no perdonamos nunca", dijeron.
Sin embargo, a veces perdonan. Y bastante. No, no estoy hablando de los dos puntos que perdió este sábado por la mañana el Bayern Munich en su casa ante el débil Mainz al empatar 2-2. Estoy hablando de algo más palpable, más tangible. Algo que pudimos observar a la orilla del Rio Paraná. Es que en el Estadio Gigante de Arroyito, un Alemán llamado Brahian silenció a cuarenta mil personas a apenas noventa segundos de haber movido el balón del circulo central. Central. Justo Central que buscaba estirar su racha de cinco partidos sin perder. Gimnasia ya ganaba 1-0 desde el vestuario. Y en el segundo tiempo, cuando parecía que la pesadumbre menguaba, la noche rosarina se hizo más oscura. Marco Ruben pisó a un jugador tripero en el pecho y Echenique, luego de largas charlas de café mantenidas con todo aquel que se cruce en su camino (algo que provocó que luego diese nueve minutos de adición), le mostró la tarjeta roja. A las duchas. El mejor de Central, afuera.
Sin embargo, el espíritu del Sr. Burns primó en el Gigante. Alemán ya no estaba en la cancha, producto de una sustitución por el delantero Darío Botinelli y finalmente, Gimnasia, a diferencia de lo que le prometieron los empresarios teutones a Burns, perdonó más de la cuenta. Tenía un hombre más que Central en la cancha y, sin embargo, fue dominado ampliamente. No pudo aguantar su férrea línea defensiva y Washington Camacho primero y Germán Herrera después, hicieron explotar el Gigante de Arroyito y diezmaron la planificación austera y mezquina propuesta por el Tripero. Fue victoria 2-1 para un equipo que fue alentado en todo momento por ese terrible templo del fútbol que nunca deja solo al local, aún en las malas.
Creo que, en vez de adquirir las acciones de la Planta de Energía Nuclear de Springfield, los empresarios alemanes deberían haberse adjudicado el Gigante de Arroyito. Si ese estadio no se desmorona después de que cuarenta mil almas salten durante noventa minutos, es porque los cimientos están muy bien emplazados.
Franco López Larrañaga
@FrancoLopez8
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