ADN

Cuando hablamos de ADN estamos hablando de genética. La genética es lo que uno hereda, por default, de sus antepasados. Es la sangre. No se puede cambiar, y es lo único con lo cual deberás convivir hasta tu último día.

Si tu papá es pelado, por más que vos te tiñas el pelo de amarillo, te hagas rastas, una cresta, uses gel o no, hagas tratamientos o lo dejes estar, serás pelado. Tal vez se retrasa un poco en el tiempo ese fin, dependiendo del cuidado que le des, pero llegará. No tengas dudas.


Hay distintos grupos de sangre, de personas, de genética. Hay distintos grupos de equipos de fútbol. Si, como escucharon. Hay equipos que pertenecen al sector de los que la historia les dio más, y otros al opuesto. Eso ocurre con Huracán. Y con San Lorenzo, claro.

Los estilos de juego, los hinchas, lo que la historia fue deparando para cada uno, describen la esencia. Crean mitos, nacen historias, fracasos, hazañas. El clásico entre Huracán y San Lorenzo tiene mil y una de estas historias. Y el sábado, nuevamente, se volvió a repetir.

Huracán pertenece al grupo de los equipos que la historia le dio menos de lo merecido. Por decirlo vulgarmente, al grupo de los perdedores.  Del otro lado, San Lorenzo: sin un estilo de juego que marque el camino de su historia, pero con la frialdad necesaria para lograr las cosas que el globo no pudo: una libertadores, una sudamericana, 15 títulos en Primera  División y tres barrios.

El yin y el yang, por así decirles. Y el sábado la historia se repitió. Huracán hizo todo, pero le faltó la estocada final: el gol. Y San Lorenzo, que pareciera jugó con la tranquilidad de conocer el final de la historia, hizo lo único que le faltó al globo.

Huracán fue el pibe de barrio que labura dos horas a la minita del boliche,  y parece que la tiene, hasta que llega el capitán del equipo de futbol americano en el auto del padre (narco, por supuesto) y en dos minutos es suya.


La esencia no cambia. Huracán, como ese pibe, se fue derrotado. El sábado, hace seis meses, y casi siempre si miramos para atrás. Si, alguna vez ganó. Y ganará. Pero la historia, tarde o temprano, le volverá a marcar el destino: el ADN no se puede cambiar.

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Nicolás Gianfrancesco

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