Cuando le preguntamos al abuelo si iba a mirar
el partido, él contestó: “Despiértenme cuando entre Acosta” y se retiró a su
habitación a disfrutar de una siesta. Cuando lo despertamos con la noticia de
que Acosta estaba por entrar a jugar los segundos cuarenta y cinco minutos, con
los ojos aún cerrados respondió: “Ya era hora que ataquemos. En un rato voy”, invitándonos
a salir de su pieza mientras nosotros nos preguntábamos cómo pudo saber del
poco juego ofensivo que tuvo Lanús en la primera etapa.
El abuelo llegó en el momento justo en el
que Andrada derribaba a Leandro Díaz en el área y Diego Abal cobraba penal para
Rafaela. Con mucha tranquilidad se sentó en su sillón y ni la revancha que se
tomó el arquero del delantero le provocó emoción alguna. Cuando Lanús atacaba, el
abuelo aprovechaba para mirar su celular, pero cuando lo hacía Rafaela observaba
el televisor como si no hubiera nada a su alrededor. Cuando Acosta tomó el
balón, en el medio de la cancha, con casi todo Rafaela en campo de Lanús, el
abuelo sonrió por primera vez en la tarde porque ya sabía que la pelota
terminaría adentro del arco de la Crema (no estoy seguro si el abuelo sabía que
el gol lo haría Román Martínez, pero cálculo que sí). La segunda vez que sonrió
fue cuando Acosta, en un córner de Rafaela, ganó la pelota en su área y empezó
a correr. En ese momento el abuelo se paró y se dirigió a la bandera colgada en
medio de la pared de la sala y tacho el
numero 93 mientras pronunciaba: “solo faltan siete”, unos segundos antes que Sand convirtiera su décimo
cuarto gol en el torneo y quedara a siete tantos de llegar a los cien goles con
la camiseta Granate.
Cuando terminó el partido, el abuelo se paró
y comenzó a caminar despacio a su habitación. Una vez que se encontró solo, besó
una foto que tenía debajo de su colchón mientras murmuraba: “no te vayas nunca "@leandro_demora
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