Por Agustín Cassano
@CassanoAgus
@CassanoAgus
¿Cuántas veces te mojaste por tu equipo? ¿Cuántas veces te
quedaste en cuero en la copiosa lluvia alentando? ¿Cuántas veces agitaste la
remera en las millones de pesadas gotas que caen desde un cielo negro y
gritaste para darle fuerzas a tu equipo?
¿Ya lo pensaste? ¿Pasaste todas? ¿Una sí y dos no?
Les voy a contar de una persona que se bancó las tres. Y por
amor. Por amor a unos colores. Por amor a San Lorenzo.
Esta es la historia de Mariano. Mariano va SIEMPRE a ver al
ciclón. Y hoy ante Rosario Central no fue la excepción.
Llegó al Nuevo Gasómetro para ver a San Lorenzo que
venía de una buena racha, con tres victorias consecutivas, dos de ellas por
este campeonato y una por Copa Libertadores. Recibía a los dirigidos por Paolo
Montero para acortarle distancia a Boca y entrar en zona de Copa Libertadores
2018.
El partido se jugó con lluvias intermitentes y que a veces
fueron más que eso. Mariano se sentó en el sector de la Platea Sur más cercano
a la popular local y vio el partido desde allí. El ciclón comenzó su tarde
proponiendo y queriendo salir a ganar, como todo local debe hacer. Central
esperó. Si bien ninguno de los dos equipos había logrado claras situaciones de
gol, los destellos de las figuras de San Lorenzo como el mago Merlini y el
incansable ídolo del mediocampo cuervo, Ortigoza, se hacían notar y es estaba
esperando la genialidad. Esa genialidad llegó.
A los 37 del primer tiempo, una mano clarita del defensor
rosarino José Leguizamón provocó el penal para los de Diego Aguirre. Néstor
Ortigoza agarra la pelota. El gordo, que nunca se olvida de sus raíces y comienzos,
recordó aquellas tardes de campeonatos de penales del barrio y le picó la
pelota al ruso Rodriguez para que la hinchada cuerva delire y Mariano agite
bien pero bien fuerte su remera y la locura sea sinónimo de grito de gol. Este
hincha se iba a parar y comenzar a cantar para nunca volverse a sentar.
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| foto: Telam |
Cuando arrancó el segundo tiempo, la hinchada de San Lorenzo
arengó al equipo y la lluvia comenzaba a caer nuevamente y poco a poco se tornaba
densa. Mariano saltaba, recitaba “donde vas, siempre voy con vos, bien o mal a
tu lado estoy, ciclon” y en simultaneo su remera se comenzaba a transformar en
una hélice.
Rápidamente y a los 13 minutos Matías Caruzzo enganchó
dentro del área grande y convirtió el segundo de los matadores. Y allí, instantáneamente,
Mariano comenzó el cántico de “dale, los matadores, los matadores…los
matadooooresss. Dale dale matador dale matador” y su mano derecha tenía como
complemento un aspa que no paraba de girar sin detenerse un segundo.
En el “San Lorenzo es inexplicable todo lo que siento” (la
reversión de Despacito) Mariano comenzó a bailar. Ya no importaba nada. De aquí
para allá. De una punta a otra desde su butaca de la sur. Estaba viviendo su
momento más glorioso del fin de semana: ganaba el ciclón y danzaba al ritmo de “Oh,
vamos San lorenzo vamos a ganar, este año la vuelta queremos dar para que
boedo vuelva a estar de fiesta”.
En el momento de máxima algarabía cuerva llegó un golazo de
Teo Gutiérrez que le dio vida a los rosarinos a los 21 minutos. Pero poco importaba
lo que sucedía en la cancha, la fiesta estaba en la tribuna y los rumores en la
platea sur se dirigían hacia el sector de la popular local pero con visión
hacia donde terminaba la Sur. Muchos sorprendidos sacaban fotos. Otros miraban
indiferentes y los últimos ya conocían a Mariano, porque él todos los partidos
está así de igual manera. Agitando su remera como una hélice, cantando y
bailando porque es feliz así. O San Lorenzo lo transforma en ese ser entrañable
y personaje cuervo.
El equipo de Aguirre sufrió los últimos 20 minutos cuando el
partido del miércoles por Libertadores le comenzó a pasar factura a los
jugadores y Central quería el empate. La hinchada ya estaba en otro partido: en
el de la próxima fecha en el Tomás A. Ducó, donde San Lorenzo visitará a su
rival de toda la vida, el Club Atlético Huracán.
Al grito de “el domingo cueste lo que cueste, el domingo
tenemos que ganar” terminó el partido y el ciclón logró una victoria
importantísima. En el Nuevo Gasómetro no paraba de llover. Caía agua pero una
vez que tocaba a los asistentes se transformaban en gotas de felicidad.
Y Mariano seguía ahí. Cantando. Bailando y moviendo su panza,
por la cual se ganó el apodo de gordo. También agitaba bien fuerte su remera,
como las aspas de un ventilador. Es por
ello que no por pocos partidos, sino más bien por todo lo contrario se lo
conoce como el gordo ventilador.
Y es que es así, la gente de San Lorenzo lo vive de una
manera inexplicable. Ser de San Lorenzo no tiene explicación para ninguno de
los presentes en la cancha. No hay una definición precisa de ningunos de los transeúntes
que salen del Pedro Bidegaín empapados.
Es por ello que recurrimos a otro Gordo que miró el partido.
Pero este lo hizo desde las nubes. Hincha hasta y después de la muerte. Porque él
si encontró la definición justa o tal vez la más hermosa que este cronista haya
leído:
“Ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto; una carga
que se arrastra toda la vida de tanto desconcierto y orgullo como la de ser
argentino”.



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