Por Agustín Cassano
Una gota de agua cae en el asfalto. Otra gota se desliza por la mejilla hacia el pecho y se rompen todos los eslabones de agua al besar
el cemento de la calle interna del Centenario. Es que Juan y Damián están
devastados sentados en el cordón del Ciudad de Quilmes porque el partido ya
terminó y el respirador se desconectó.
Inmediatamente Damián le apoya su mano izquierda en el
hombro a Juan y lo consuela. O trata de. Porque tampoco sabe que decir y el
dolor es el mismo. “Acordate como empezó todo…”, le dice Damián a Juan con voz
ronca y resquebrajada. E inmediatamente Juan hace un flashback en su cabeza y
regresa a esa noche de 2003 en la que Quilmes volvía a Primera luego de diez años
y que ambos se conocieron en medio de los festejos en el Estadio. Allí empezó
la amistad que los guió durante años y los llevó a esta noche en la que Quilmes
cayó con Patronato 1 a 0.
Atravesaron momentos buenos y malos. Viajaron las veces que
hubo que viajar a ver a Quilmes durante los descensos y ascensos posteriores al
2003. Todo fue diferente, pero siempre la ilusión estuvo omnipresente y las
cosas salieron adelante.
Esta campaña se habían propuesto dejar la tribuna y
decidirse a ser plateístas. Días después se descubrieron las primeras nieves en
las sienes. En junio del año anterior se habían decidido dejar atrás en las
urnas, como miles de socios, a los Meiszner y Fernández. Soñaban con una
primavera cervecera, con el inicio del resurgir. Pero claro, conscientes de que
ya había daños hechos que iban a costar revertise y no cambiarían de la noche a
la mañana.
Juan y Damián vieron el partido juntos, en el sector H donde
siempre. No pudieron contener las puteadas a Loustau que decididamente tuvo
incidencia en el trámite del partido. Reclamaron el penal que no cobró el
árbitro al inicio del primer tiempo. Se preocuparon por el estado de Orihuela
tras la patada de Furios a la mandíbula que ni siquiera valió una amarilla,
pero si le valió a Matías una ida de urgencia al sanatorio. Ni tampoco valió el
gol que hizo Torres porque Orihuela la llegó a tocar y estaba en offside. Todo
mal.
Minuto a minuto y a pesar de que Quilmes atacó y dominó el
segundo tiempo no pudo marcar. El gol de Bertocchi en el primer tiempo los
sentenció. Por más que hayan seguido jugando dos horas más, la pelota no iba a
entrar.
Final del partido. Juan y Damián se sientan en el cordón de
la calle interna del Centenario. Sus caras son las mismas que las de decenas de
hinchas. Cara de que esta noche se aplicó la eutanasia. Pese a que hay chances
matemáticas, la cara del hincha de Quilmes es la que pone alguien luego de ver
a una persona con una enfermedad terminal. El Cervecero arrancó su metástasis.
Juan mira la cancha por el hueco de ingreso a la techada, y
le dice a Dami que deje de llorar. Que ya sabe que es un momento de mierda. Que
cada descenso es algo nuevo. Nunca es igual. Pese a que una y otra vez vivieron
lo mismo, cada descenso es distinto. Que no sabe porque Quilmes tiene que
sufrir así si el hincha es fiel. Más fiel que muchos hinchas de otros clubes.
Pero el destino es así de esquivo y la suerte de Quilmes casi nunca es
alentadora. Más malas que buenas.
Este descenso es horrible y diferente. Muy diferente. Porque
se sentía en el aire la primavera cervecera, en la que los cambios estaban comenzando
y el club iniciaba un nuevo camino.
Pero lo atravesarán juntos como lo hicieron y harán siempre, porque la pasión por Quilmes es como su amistad: incondicional.
Dami se levanta, hace lo propio con Juan luego de extenderle
la mano. Se unen en un abrazo grande. Una lágrima de Juan está por caer, pero lo evita pasando su brazo por la mejilla derecha.
“Para que haya una Revolución hay que atravesar todos los
estadíos”, le dice Juan a Damián. "Y para disfrutar del verano, hay que pasar el
invierno".



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