El Flaco se levantó con
una sonrisa que hacía tiempo no se la veía en su rostro. Se preparó
un desayuno especial, agarró la camiseta que su papá le había dejado como
herencia y salió a la calle. Empezó a caminar despacio saludando a cada persona
o mascota que se le cruzaba en su camino y cuando menos se dio cuenta leyó
sobre un muro “barrio Alberdi” y advirtió que ya se aproximaba al lugar dónde
había comprendido los significados de las palabras tristeza, felicidad y
hazaña. Rápidamente se encontró en una larga fila con cientos de hinchas a los
que no solo los unía una camiseta sino que también un pensamiento: “que lindo
es volver a casa”.
leandro_demora
El Flaco
comenzó a subir los peldaños de la tribuna que lucía renovada pero que seguía
guardando cada abrazo y cada lágrima que él y su padre derramaron en ese lugar.
Cuando salieron los jugadores de San Martín a la cancha el Flaco chifló como lo
hacía siempre al equipo rival. Pero cuando todo el estadio era una fiesta de
papel, canto y globo, él decidió cerrar los ojos y se acordó esa vez que le
preguntó a su abuelo porque no se mudaba de esa casa, chica, alejada y que
amenazaba con caerse a pedazos, donde vivía y el abuelo, con una sonrisa,
le respondió: “No existe nada como el hogar”. Cuando los volvió a abrir miró al
cielo y pensó: “Ahora te entiendo”
En el gol de Belgrano el Flaco se abrazó con al menos tres desconocidos
que en ese momento se volvieron hermanos y una vez finalizado el encuentro se
retiró feliz con el triunfo pero triste por el tener que irse de la cancha.
Antes de abandonarla, el Flaco murmuró: “te extrañé” y me juró que en ese
momento alguien o algo le respondió: “Yo también”.
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