Solo es fútbol

    

   Mi papá y yo somos muy distintos. Él es matemático y yo escritor. Él tiene ojos celestes, que se contraponen con mis ojos marrones. Casi que no nos miramos y nuestras charlas no pasaban del “buenos días” en el desayuno y del “buenas noches” antes de irnos a dormir
   Con mi mamá pasa todo lo contrario. Ella es compositora, con ojos cafés un poco más fuertes que los míos y es con la que comparto mi visión del mundo en cada sobremesa.
   A ella la notaba rara en los últimos días.  Estaba más callada que de costumbre  y se notaba que algo la tenía preocupada. Anoche no aguanté más y le pregunté qué pasaba, si en casa estaban todo bien o si pasó algo que aún no me había enterado. Ella me tranquilizó y me dijo que no había nada de qué preocuparse. Cuando le repregunté el porqué de su actitud en los últimos días, miró un punto fijo y me respondió: “no quiero que Argentina se quede afuera del mundial”. Me sorprendió mucho su respuesta y casi instantáneamente le señalé: “Pero si a vos no te gusta el fútbol” y ella mirándome a los ojos y con un tono de tristeza respondió: “Es que me gusta mucho  verlos a tu papá y a vos juntos”
   A mí el fútbol nunca me gustó. Mi papá quería que sea hincha de Racing a lo que accedí solo para darle el gusto, aunque nunca miré un partido completo de ese equipo. Pero cada cuatro años, cuando había mundial, la cosa era distinta.  Miraba todos los partidos de la selección en casa y gritaba cada gol hasta que la garganta me lo impidiera. Nunca comprendí porque me gustaban los mundiales, hasta esa noche con mi madre. Me di cuenta que no me importaba tanto los partidos en sí mismos, sino que era el único momento en el que mi padre y yo compartíamos algo. El último abrazo con él, fue cuando Maxi Rodríguez convirtió su penal en la serie contra Holanda. La última vez que lloramos juntos,  fue cuando Alemania nos arrebató el único sueño que teníamos en común y esa tarde fue la primera y única vez que me consoló mientras me decía “tranquilo hijo, la vida siempre da revancha”.
   Ahora el partido contra Ecuador tiene otro significado para mí, ya que se juega la clasificación de Argentina al mundial es decir la posibilidad de renovar los abrazos, las lágrimas y, sobre todo, los momentos felices con mi padre.
    Comprendí la angustia de mi madre y la abracé. Para ella el mundial significaba ver a los dos amores de vida juntos, frente al televisor, sufriendo a la par y discutiéndole jugadas al árbitro como si este pudiese escucharlos. Ella se sentaba ,en la punta del sillón, y observaba todo guardando en su mente cada escena, deseando no olvidarse ningún detalle por los próximos cuatro años.

    Durante el abrazo me di cuenta que no podía dejarla así y que tenía que calmarla. Pensé en decirle lo mucho que los amaba a mi papá y a ella y que ningún partido de fútbol iba a cambiar eso. Pero en vez de hablar con la cabeza, decidí hacerlo con el corazón y le susurre, a su oído, las palabras más tranquilizadoras que pueden existir: “No te preocupes mami, mañana juega Messi”. 

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